Para el reto 5, he elegido compartir un relato de mi autoría que escribí hace ya varios años, y que se encuentra publicado originalmente en otro blog de mi autoría.
Este relato lo escribí tras salir de una relación de maltrato psicológico y físico que duró dos años y medio, y en la que fui victima de violencia de género, aun sin ser consciente al principio, pero que me sirvió para salir de allí más fuerte (una vez que me recuperé de las secuelas) y con más conciencia sobre igualdad y feminismo que antes. Escribir estas líneas me ayudaron a sanar y a recuperar la mujer que yo era antes de vivir la violencia machista en mis carnes.
Espero que os guste.
SE ROMPIÓ.
Con cuidado, cerró la puerta y se dirigió al dormitorio.
El caos lo llenaba todo. La puertas de los armarios abiertas, la ropa desordenada. La mitad, su mitad, de repente vacía, tan vacía...
Abrió el cajón de la mesilla y sacó unas tijeras.
Fue hacia el baño, abrió el grifo de la ducha, dejó que el agua corriera hasta templarse y se metió dentro. El agua caliente recorría su espalda, calentando su piel y su alma, que se había quedado fría tras su marcha.
Repasaba la discusión en su cabeza. Si es que a aquel intercambio frío y cruel de palabras se le podía llamar discusión. Reproches. Susurros cargados de odio y rencor. Insultos. Desprecio. Ella mantuvo su mirada distante en un punto de la habitación mientras él recogía sus cosas. En realidad, ya no le importaba. Nada de lo que él pudiera decir le importaba.
Su amor se rompió una noche. Cualquier noche. La primera noche que él la miró así. Con desprecio, como si ella no valiera los besos que él le daba. Había habido gritos, pero ella no respondió. Sólo lo miraba, y sentía como su corazón se partía con cada palabra que él escupía, con cada gesto que dirigía hacia ella, con cada mirada cruel que sentía sobre su cabeza. Más tarde empezaron los golpes. Nada escandaloso, un agarrón en el cuello si ella quería salir y a él no le gustaba que saliera sola. Un puñetazo a la pared pasando al lado de su oreja. Un vaso estrellado y hecho añicos que a la vez estropeaba algún objeto valioso de ella. Un manotazo volador que estallaba contra su ojo sin saber cómo, en el calor de la enésima discusión. Un empujón en la calle que la tiraba al suelo y él corriendo con su bolso para que ella no pudiera volver a casa.
Finalmente, se partió. Y se sintió sola, perdida, sin saber muy bien donde quedaba la niña y donde la mujer. Nada volvió a ser igual. No sabía cuanto tiempo había pasado desde aquello, si semanas, días o solo unas pocas horas. Sólo sabía que ya no era él, que con él no volvería a ser ella. Él no dejaba de repetir que acabaría en la cárcel y que la culpa sería de ella. Ese día ella le pidió que se marchase. Sin más. Sin levantar la voz, mirándolo a los ojos, sin opción a elección ninguna.
Increíblemente, él consintió. No sin antes intentar humillarla una vez más. Pero eso ya no era posible, él ya no tenía el poder. Quizá vio esa fuerza en ella que no esperaba, y se asustó. Aún a pesar de hacerse el fuerte, tenía miedo de ella, de esa firmeza, del no ver dolor ni amor, ni siquiera rencor en sus ojos. Sólo indiferencia, cansancio, asco...
Así que se fue. Sin más, sin volver atrás.
Estando en la ducha, sintiendo el agua calmando su tristeza y agonía, renovando su fuerza y calentando su alma, vio la pastilla de jabón que utilizaba él. La cogió y la tiro a la taza del water. Tiró de la cadena y observó como el remolino de agua se la llevaba a la profundidad del abismo, como se llevaba los recuerdos que conservaba de él.
Lentamente, cogió la tijera. Sujetó delicadamente mechones de su largo pelo, y fue cortando, uno tras otro, sintiendo un gran gozo en su interior con cada trozo de melena que caía al lavabo. Era el comienzo de una nueva etapa, y se sentía feliz, libre, con alguna magulladura, pero dispuesta a cuidar sus heridas.
Se vistió, recogió el dormitorio, tiró todo lo que encontró que le recordaba a él, a su paso por aquella casa que era su refugio. Hizo una bolsa con todas las migajas de aquel mal amor y salió a la calle.
La tiró en el primer contenedor que vio.
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